Cuando Amaterasu, la diosa del Sol, sale de su cueva, el mundo vuelve a brillar.
Su luz es el principio de toda belleza: ilumina los templos dorados, las lacas, los kimonos y los paisajes que parecen suspendidos entre sueño y realidad.
Frente a ella, la Luna representa lo oculto, lo sutil, lo femenino. Juntas danzan el equilibrio de la vida japonesa: yin y yang, claridad y sombra, instante y eternidad.
En la ceremonia del té, esa danza se vuelve gesto: cada movimiento es meditación, cada sorbo un homenaje a lo efímero