Cuando cruzas un Torii rojo, no solo atraviesas una puerta: entras en otra dimensión.
El rojo protege, purifica y conecta lo humano con lo divino; el Monte Fuji, testigo eterno, se alza como el axis del mundo japonés, donde cielo y tierra dialogan en silencio.
Aquí el Shintoísmo te enseña que todo tiene alma —el árbol, la roca, el viento— y que la belleza es respeto a lo vivo.
El Confucianismo ordena la armonía entre familia, deber y sabiduría; es la ética que guía la conducta.